jueves, 2 de abril de 2020

HASTA PRONTO -ESPEREMOS-.

Bueno, queridos. Hasta aquí hemos llegado de momento.

Es raro tener que comunicarse así con vosotros, pero es lo que hay, que es una de las frases que más he repetido a lo largo de estas últimas semanas.Hay que hacer de la necesidad virtud y creo que todos hemos hecho las cosas lo mejor que hemos podido en medio de estas circunstancias.

No quiero cerrar el ordenador hoy sin daros antes las gracias. Habéis sido una gran compañía en medio de este extrañamiento -en su segunda acepción- y agradezco mucho las pequeñas conversaciones que hemos tenido por escrito.
También por aguantarme pinchar y disertar sobre una de mis múltiples obsesiones culturales, como es la música de los 60. Tengo vocación de DJ allnighter.

Espero que estos días nos sirvan para reflexionar sobre las cosas que estamos viviendo -aunque no lo veamos en primera persona, es un auténtico drama social- y para hacer nuestra propia lectura de las cosas que son verdaderamente importantes y las que no. Yo le estoy dedicando tiempo también.

Algunos, a veces, me decís que estaría bien aprender a meditar. Y es cierto. Lo urgente, casi siempre, nos priva de lo esencial.
A lo largo de estos días y sólo para aquellos que queráis seguirlo, voy a colgar algunas pequeñas sesiones de meditación. Primero explicaré cómo se hace y después pasaremos a la acción. Así de simple.

Una de mis reflexiones de estos días es que no debemos perder el tiempo de la vida en llegar más alto, sino en llegar más hondo. 

En fin. La vida, que sigue saliendo al encuentro.

Os dejo con un pequeño texto que escribí hace un par de días dentro de un proyecto que tengo a medias con un buen amigo fotógrafo. Sería largo de explicar. Sólo deciros que me acordé de vosotros y me salió esto.

LA MEDIDA DE LO IMPOSIBLE.

- Bien -comienzo, y ordeno mis papeles sin dirigir la mirada a un público que está presente, aunque no veo por efecto de una iluminación que me enfoca directamente, creando en torno a mí un círculo de luz algo siniestro en medio de una sala de conferencias en absoluta oscuridad-. La medida de lo imposible. 

Carraspeo, respiro hondo y dejo sobre la mesa, con cuidado, el bloque de hojas. También me quito las gafas de cerca que uso desde hace unos meses y las dejo, cerradas, sobre el tablero.
Miro al invisible patio de butacas que sé -oigo, siento- repleto. Es importante, pienso, que se sientan interpelados por mi mirada, que ellos sí pueden ver -ven-, realzada por un rayo amarillento proveniente de un potente reflector que me hace entrecerrar los párpados.

- Ejem -prosigo-. La medida de lo imposible es cualitativa, nunca cuantitativa. 

Paro. Las pausas pueden ser malinterpretadas como gestos teatrales, pero ayudan a profundizar, a darle seriedad y empaque al argumento.

- No se trata de hacer más, sino de hacer distinto. En todo caso, se trata de hacer menos, si es posible -intuyo alguna leve sonrisa entre el público-. No consiste en ser más nada que nadie, sino de ser mejores. Y por mejor entiendo más humanos. Hay que derribar del pedestal, por absurdo y por dañino, al clásico CITIVS ALTIVS FORTIVS. 

Me detengo de nuevo. Anticipo el clímax.

- ¡Cuentos y engaños! ¡Cristales brillantes con los que nos han embaucado desde hace milenios!
El futuro será lento, cercano y consciente de nuestra debilidad o no será.
Levantemos esto, pues, en la medida de lo imposible.

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